Fernando Ruiz Gómez  Columna Semana

Opinión

El horror

Ahora a los colombianos nos llegó la hora de la resistencia.

Fernando Ruiz
9 de junio de 2025

Parece que nuestra tragedia nunca va a terminar. Creímos, algunos, que la violencia en Colombia cada vez sería parte del pasado y que nuestros hijos, las nuevas generaciones, podrían disfrutar de una sociedad diferente basada en la convivencia y la cohesión. Pero ese sueño que venía escudado en una nueva generación que no le tocó vivir Gaitanes, ni Galanes, ni Laras, ni Gómez. Pensamos que tendrían la posibilidad disfrutar de un nuevo futuro.

Sin embargo, el atentado contra Miguel Uribe nos despertó, de una vez por todas, de ese sueño. Nos confronta directo frente a un futuro cada vez más incierto, nos recuerda que no hemos salido del horror de la violencia y, lo peor, que esa violencia se transmite poniendo como víctima a un hombre joven y de perpetrador a otro, casi un niño.

Miguel Uribe representa una forma de pensamiento completamente respetable, ha sido un hombre correcto, trabajador, preocupado por el país, cercano y sin extremismos más allá de la defensa de sus ideas. Desafortunadamente, su figura también encarna los nuevos objetos del odio: La derecha, la tradición política, el Senado de la República que detuvo la iniciativa de consulta del gobierno y la libertad de quien en ejercicio de su derecho ciudadano había expresado su decisión de demandar a los ministros que firmaran el decreto de consulta.

Ya los organismos encargados de esa justicia -parsimoniosa al extremo que tenemos- llegarán a algunas conclusiones sobre lo que hay detrás de este atentado. Pero los hechos ya son ineludibles: No hemos logrado salir de décadas de violencia y es seguro que hoy estamos peor que nunca. No solo por el crecimiento de los actores armados, sino sobre todo por la violencia que hay en las palabras y acciones de quienes deberían liderar el apaciguamiento.

De este nuevo terror le cabe tremenda responsabilidad a la violencia verbal del presidente de la República. Nunca en Colombia habíamos tenido un líder tan poderosamente divisivo y polarizador, ni siquiera en la violencia liberal-conservadora que vivieron nuestros abuelos. La carga de odio y resentimiento que expresa en cada uno de sus trinos, hoy tiene un alcance que nunca tuvo ningún dirigente colombiano en el pasado.

Ese discurso simplista, discriminante y estigmatizador de “ricos y explotadores” y “pobres y explotados”, el absoluto irrespeto por la institucionalidad del país representada en el Congreso elegido por todos los colombianos y la majestad de la justicia, le han pasado factura a nuestra viabilidad como nación.

Basta repasar las redes y trinos de la última semana para darse cuenta de la tremenda falta de humanidad expresada en la violenta forma en que se ha manejado la absurda y fallida consulta popular. Cuando es el máximo líder quien atropella la institucionalidad de la nación y se abroga en poder del pueblo, de un pueblo hastiado de la sangre -que ya no le copia, que expresa indiferencia y seguramente miedo al extremismo- estas son, desafortunadamente, las consecuencias. Y abundan en nuestra historia quienes, desde todas las ideologías, siempre han buscado mantener la desazón social para incitar a nuevas violencias atentando contra la vida de nuestros líderes.

Tenemos un gobierno contra la pared, cuyo único “logro” ha sido conducirnos por el camino del odio y la confrontación social. Quienes esperamos pacientemente que transcurran estos últimos 14 meses y, se apague esta pesadilla, nos preguntamos ahora si podrá el país resistir.

Y, como en todo barco que naufraga, los propios y cercanos hoy tratan desesperadamente de distanciarse. A ellos les cabe la mayor responsabilidad: Unos se dejaron llevar por la ambición de poder y agacharon la cabeza, cerrando los ojos a lo que veían, tapándose las narices frente a la inmundicia. Otros, simplemente jugaron su acostumbrado póker político para mantenerse en el poder, pero ahora con cinismo pleno abjuran de su decisión. Todos son igual de responsables.

Ahora a los colombianos nos llegó la hora de la resistencia. En el tremendo fracaso de la “Paz Total” los violentos han vuelto a tomar ventaja. Hoy son una masa armada que amenaza la viabilidad misma de nuestra sociedad, frente a un poder presidencial debilitado como nunca, sesgado e incoherente; pero aun terriblemente poderoso que quiere perpetuar su permanencia en el poder utilizando todas las artimañas y formas de lucha que el ejercicio del poder les permita.

Son los colombianos, y en especial los jóvenes, los únicos que pueden parar este horror. No pueden permitir que detrás del terrible atentado a Miguel Uribe no quede alguna esperanza a los hijos que habrán de procrear.

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